Desde el final de la Guerra de los Siete Años, en 1763, hasta su entrada en el conflicto donde se inserta la «Revolución americana», en 1779, España se había convertido en un país diferente. El Imperio había comenzado a generar recursos y a adquirir fortaleza. Solo las rentas anuales de México habían aumentado desde los doce hasta los cincuenta millones de pesos fuertes. Las fuerzas militares habían progresado lo suficiente como para sostener a una administración renovada que era el Gobierno más eficiente de cuantos intervinieron en la guerra que daría como resultado la independencia de los Estados Unidos.